«Los errores son inevitables. Lo que cuenta es cómo respondemos a ellos». Nikki Giovanni (1943- ) Poetisa estadounidense.
Recuerdo que de niña sólo quería hacer cosas que “se me dieran bien”, no soportaba empezar algo en lo que estuviera equivocándome todo el tiempo, sentía tanta vergüenza que prefería no continuar con una actividad si no “me salía bien desde el principio”. En cada ocasión, además, recibía la confirmación de que hacía bien en dejarlo. Con muy buena intención me decían “no te preocupes, ya encontrarás otra cosa que se te dé bien”. Nadie me alientó a perseverar, a aceptar el error como parte del proceso de aprendizaje, a no vivir aquellos pequeños errores como un gran fracaso. Yo sentía en lo más profundo de mi ser que eran la demostración de que yo era torpe o inútil.
Hoy por hoy, sé que esta historia es más común de lo que debiera: ¿Cuántos os habéis sentido así en algún deporte? Y ¿en los estudios? y ¿en los trabajos manuales? Y ¿en cualquier manifestación artística? O ¿ante cualquier iniciativa que os plantearais?
La consecuencia directa de este tipo de educación, muy común en nuestro país, es que vivimos contenidos, inmóviles y asustadizos, que preferimos no emprender por miedo a fracasar, que tras una derrota en un partido, torneo o competición nos venimos abajo persiguiéndonos a nosotros mismos como si hubiéramos cometido un crimen, o no explotamos talentos que intuíamos tener por miedo a fracasar antes de empezar o porque no encajamos un bache en el camino, percibiéndolo como el gran fracaso de nuestras vidas…
¿Qué hacer para aceptar los errores? ¿Cómo podemos aceptar el fracaso en un proyecto, independientemente de si es creativo, deportivo, profesional o personal; sin caer en picado?
Uno de los deportistas* con los que he trabajado quería mejorar su marca. En la primera entrevista me contó que llevaba un año sin progresar, a pesar de que estaba dedicando más esfuerzos que nunca a su entrenamiento, y también llevaba un tiempo con una dieta nutricional específica.
A lo largo de la entrevista observé que tenía un nivel de autoexigencia muy elevado, aspecto de su personalidad que le había hecho progresar hasta ese momento, pero que ahora se estaba volviendo en su contra. Lo que le pasaba era que no toleraba el error, se exigía la perfección para aceptarse plenamente. Se valoraba solamente en función de sus éxitos y su autoestima estaba viéndose minada en el último año (el año de bloqueo).
Había entrado en un circuito cerrado de frustración – sobreexigencia – fallos – frustración – bajada de autoestima…
Trabajé con él la aceptación de sus errores, que pudiera verlos como parte necesaria del aprendizaje, no como comprobaciones de su incapacidad, y trabajamos sobre su autoestima, aprendió a valorarse en función de sus cualidades personales, evitando poner su foco de atención solamente en los logros.
Le pedí que preguntara a personas de su entorno cercano (personal, profesional y deportivo) por sus cualidades personales positivas, y también que le señalaran sus cualidades negativas (esos defectillos de carácter que todos tenemos) ya que debía aceptar que no era perfecto y que aun así era alguien amado y valorado.
Este ejercicio le ayudó a tomar conciencia de quién era para los demás, más allá de sus logros deportivos. Uno de los aspectos que le señalaron como “defectillo de carácter” era su tendencia a enfadarse cada vez que se equivocaba, enfados que exteriorizaba y por tanto debían soportar sus compañeros. No le gustó ver esta realidad de sí mismo, por lo que estaba decidido a cambiarla.
Elaboramos una lista con las cualidades positivas en las que había habido consenso entre sus amigos y compañeros (tesón, motivación y entusiasmo fueron algunas), y acordamos que cada vez que cometiera un error:
1º) si sentía rabia o frustración, se diría a sí mismo “¡vaya! ¡no eres perfecto!” y se reiría pensándolo… eligió esta frase como comodín que le hacía reírse, y así salir de ese estado emocional negativo lo antes posible;
2º) se preguntaría “¿qué necesito aprender?”;
3º) repasaría mentalmente su lista de cualidades positivas para mantener su autoestima intacta;
4º) evaluaría objetivamente las causas del error y las soluciones que podía aplicar, aceptando pedir la opinión de terceros si lo necesitaba.
De esta forma, cometer un error pasó de ser la causa de su frustración y bloqueo a ser el motor del aprendizaje y de su progreso.
No hay recetas mágicas para esto, en mi experiencia personal he podido comprobar que es más bien un proceso de aprendizaje vital, un viaje hacia la sabiduría al que puedes engancharte si estás atento tras alguno de tus errores o fracasos ya que éstos son la fuente de nuestro crecimiento, si los sabemos aprovechar.
Para lograr cualquier cambio en nosotros, es importante aceptar nuestro lado vulnerable (manifestado en nuestros errores) y nuestro lado fuerte (manifestado en nuestros aciertos) como dos caras de la misma moneda (http://youtu.be/n7qGNExC1I4), ello nos obliga a:
- No creer que ya lo sabemos todo, pues no aceptaremos ninguna crítica.
- No juzgarnos como “buenos” o “malos” tras equivocarnos, puesto que entraremos en un estado emocional negativo que no sirve para nada.
*No especifico el nombre del deportista ni el deporte que practica para proteger su identidad.