Todo depende de la fuerza mental

Esta semana traigo un poema de Walter D. Wintle,  poeta estadounidense que vivió a finales del siglo XIX y principios del XX. Se titula «Thinking» y como se ha traducido de muchas formas al español, yo he elegido «Todo depende de la fuerza mental«. Ahí va para vosotros:
Si piensas que estás vencido, lo estás.
Si piensas que no te atreves, no lo harás.
Si piensas que no puedes, no lo lograrás.

Porque en el mundo encontrarás
que el éxito comienza con la voluntad del hombre.
Todo está en su estado mental.

Porque muchas carreras se han perdido
antes de haberse corrido,
Y muchos cobardes han fracasado,
antes de haber su trabajo empezado.

Piensa en grande y tus hechos crecerán.
Piensa en pequeño y quedarás atrás.
Piensa que puedes y podrás.
Todo está en el estado mental.

Si piensas que estás aventajado, lo estás.
Tienes que pensar bien para elevarte.
Tienes que estar seguro de ti mismo,
antes de intentar ganar un premio.

La batalla de la vida no siempre la gana
el hombre más fuerte, o el más ligero.
Porque tarde o temprano, el hombre que gana,
es aquel que cree que puede hacerlo.

Os dejo aquí abajo la versión original:

If you think you are beaten, you are;
If you think you dare not, you don’t.
If you’d like to win, but think you can’t
It’s almost a cinch you won’t.

If you think you’ll lose, you’ve lost.
For out in the world we find
Success begins with a fellow’s will:
It’s all in his state of mind.

If you think you’re outclassed, you are:
You’ve got to think high to rise,
You’ve got to be sure of yourself before
You’ll ever win that prize.

Life’s battles don’t always go
To the stronger or faster man,
But sooner or later the man who wins
Is the one who thinks he can.

WALTER D. WINTLE

Este poema deja claro que hay dos cualidades o valores imprescindibles para lograr nuestros propósitos: uno es creer que puedes lograrlos y el otro es tener una firme voluntad. Ambos dos componen nuestra fuerza mental.

Hace unas semanas hablábamos de cómo las excusas nos impedían evolucionar hacia el logro de nuestros propósitos. Si ya tienes claro que no quieres ponerte excusas, te invito ahora a que des el siguiente paso respondiendo a esta pregunta ¿Cuál de estos dos valores debes trabajarte para lograr ese propósito que todavía tienes pendiente?
Las próximas semanas profundizaremos en estos dos valores para que puedas hacer tu trabajo personal de superación.
Que disfrutes mucho de esta semana y el puente nos acompaña!

 

 

Excusas

¿Os habéis parado a pensar cuántas excusas os ponéis?

“El lunes empiezo la dieta…”; “Voy a dejar de fumar pero ahora no puedo, cuando esté más relajada”; “¿Deporte? A mi edad no puede ser bueno”; “Aprenderé inglés cuando viaje a Londres, aquí no tengo tiempo” …

El otro día, justo al acabar mi entrenamiento, me di cuenta que en tan sólo una hora y media habían salido de mi boca unas cuantas excusas… o mejor dicho, ¡la misma  repetida varias veces! Y es que tenemos un hábito lingüístico muy enraizado llamado “excusas”, que según el diccionario de la RAE se definen como “motivos o pretextos que se invocan para eludir una obligación o disculpar una omisión”.

Podemos diferenciar dos tipos de excusas:

  1. Las que decimos cuando no queremos realizar algo que nos piden –y lo sentimos como una obligación que obviamente queremos eludir, y por ello nos excusamos-;
  2. Las que decimos para evitar un determinado esfuerzo en alguno de nuestros propósitos –esto es, queremos realizar algo pero no nos sale (¡por lo menos no a la primera!) y para no sentirnos mal, nos excusamos -.

Veamos cómo funciona nuestra mente en este segundo tipo de excusas.Voy a utilizar como ejemplo mi entrenamiento del otro día. Mi propósito era el siguiente: realizar una travesía de movimientos en el rocódromo en la cual había un paso largo que no pude resolver.

  1. Actuación: lo intento y me caigo.
  2. Sentimiento inmediato: frustración, rabia por no haberlo resuelto
  3. Lenguaje (lo que digo a mis compañeros –mi excusa-): “si midiera un palmo más lo resolvía, ¡pero con mi metro y medio!”
  4. Pensamientos que lo acompañan: “no soy capaz de resolver este paso” y/o “mis compañeros deben pensar que soy una blandengue” y/o “no soy tan bueno como mis compañeros, que llevan el mismo tiempo que yo escalando”
  5. Sentimientos que lo acompaña: se mantiene o intensifica la frustración y la rabia, y aparece el temor a no ser valorado
  6. Actuación que le sigue: lo vuelvo a intentar y vuelvo a caerme.
  7. Se repite la rueda de siento-digo -pienso-siento-…

En esta secuencia podemos comprobar cómo el elemento “excusa” y los pensamientos asociados actúan como una barrera mental para lograr nuestro propósito. Partiendo de la teoría cognitiva (que nos dice que lenguaje es el reflejo del pensamiento), y de los fundamentos de la inteligencia emocional basados en la neurociencia (que nos dicen que nuestras emociones dependen de nuestra forma de pensar),esto es, nuestra forma de interpretar la realidad.

¿Qué pasaría si elimináramos “la excusa” de esta secuencia?

  1.  Actuación: lo intento y me caigo.
  2. Sentimiento inmediato: frustración, rabia por no haberlo resuelto
  3. Lenguaje (lo que digo a mis compañeros): “menudo paso tengo aquí”
  4. Pensamientos que lo acompañan: “tal como lo he hecho no me sale, debo encontrar otra forma” y/o “yo no soy muy alta pero soy fuerte de dedos y mantengo bien el equilibrio»
  5. Sentimiento que lo acompaña: aparece el ánimo y la motivación para un segundo intento probando nuevas formas.
  6. Actuación que le sigue: lo vuelvo a intentar y vuelvo a caerme pero ya le veo posibilidades, he estado muy cerca de llegar a la presa.

Si dejo de poner excusas, aunque todavía no consiga mi propósito ya estoy haciendo algo en la dirección adecuada: ACEPTAR MI DIFICULTAD. Aceptar no implica abandonar, sino dejar de resistirse a lo que es. La aceptación nos permite neutralizar nuestras emociones y pensamientos de rechazo hacia nosotros o hacia lo externo, pudiendo entonces interpretar la realidad de forma diferente. Si dejo de poner excusas, abro mi mente a buscar soluciones y/o a enfocar el asunto de otra forma para lograr mi propósito.

Las excusas nos valen para salvaguardar la imagen que pretendemos dar a los demás, y también para reírnos un rato, ¡claro! Pero no nos engañemos, éstas no aliviarán el sabor amargo que tras ellas nos queda interiormente. Éste sólo desaparece cuando tengo la certeza de que “lo he dado todo” en cada paso, en la dirección de mi propósito, aunque éste tarde en llegar.

Espero que os haya resultado nteresante esta reflexión.

Que paséis buena semana!

El valor de los pequeños cambios

El progreso en el deporte se produce por la conjunción de diversos factores, que de forma consciente o inconsciente, ponemos en marcha en nuestro entrenamiento y juego.

En general siempre escuchamos a los deportistas decir que mejorarán sus resultados entrenando más en el plano físico y técnico. Y ciertamente esta es la forma de mejorar, aunque igual de cierto es que si realizan algún pequeño cambio en el plano mental de su juego, esto tendrá como resultado una optimización de sus recursos técnicos y físicos y como consecuencia una mejora en sus resultados deportivos.

Para jugar o competir en cualquier deporte utilizando nuestro máximo potencial, esto es todas nuestras habilidades físicas y técnicas desarrolladas, se requiere que nuestra mente (habilidades mentales, pensamientos y emociones) esté  alineada con nuestro cuerpo (capacidades físicas y habilidades técnicas).

Un pequeño cambio en algún aspecto del plano mental que interviene en el juego puede promover un gran cambio en el resultado de nuestra práctica deportiva. Para ilustrar esta afirmación, os voy a contar el caso de un jugador de pádel amateur, con quien tuve ocasión de trabajar en una sesión de entrenamiento mental y cuyo resultado fue muy positivo para su juego.

Empezamos la sesión charlando sobre su juego, le pedí que me expusiera qué aspectos quería mejorar. Elegimos trabajar sobre tres dificultades en el plano mental que él había detectado como impedimentos que no sabía cómo cambiar: pérdida de concentración, impaciencia en momentos clave del juego (se adelantaba a golpear la bola antes de tiempo) y tendencia a un juego muy individualista, por lo que jugando en pareja ambos perdían eficacia. Me contó que a veces perdía partidos contra contrincantes menos preparados física y técnicamente y sabía que los fallos estaban relacionados con estas dificultades.

Primero definimos en términos de habilidades emocionales y técnicas las cualidades que él quería desarrollar en su juego y luego hicimos unos ejercicios para grabar esta información a nivel subconsciente. En una sesión que duró tan solo una hora habíamos acabado este trabajo. Le pedí que cuando jugase recordara las frases que habíamos trabajado y se marcara como intención antes de salir a jugar ponerlas en práctica, olvidándose del resultado del juego.

Un mes después de la sesión me escribió para contarme cómo estaba jugando: “la progresión del pádel ha sido significativa, sobre todo en los puntos trabajados: concentración, paciencia y compañerismo. La sesión me ha sido de gran ayuda».

Este es un ejemplo del valor de los pequeños cambios.

¡Os deseo un feliz fin de semana!

El progreso de Jorge, futbolista de cantera

Jorge tiene 17 años y lleva jugando en cantera de grandes equipos cuatro años. Desde la  temporada 2010-11 forma parte del equipo del Atlético de Madrid. Inició el programa LINCE dos meses antes de finalizar la temporada 2010-2011 pues como él mismo me comentó: «estoy en mala racha, no sé qué me pasa». Trabajamos de forma intensa esos dos meses centrándonos en mejorar su auto-confianza y su concentración.

Jorge mejoró su rendimiento en ese tiempo, lo suficiente para que el club considerase su continuidad en la siguiente temporada. Consiguió ser uno de los 10 jugadores (de un total de 22) que pasaron a la siguiente etapa. Tras un periodo vacacional necesario -ya que estos chicos jóvenes entrenan duro y juegan todos los fines de semana-, retomó el entrenamiento con su equipo y regresó al Programa LINCE para afianzar lo trabajado. En este nuevo periodo incidimos en el ámbito de sus creencias limitantes, transformándolas por creencias potenciadoras, establecimos rutinas de diálogo interno positivo para superar los momentos difíciles de un partido en los que tras un error se juzgaba y bloqueaba fácilmente; y seguimos trabajando la concentración con ejercicios de gimnasia cerebral  y  reprogramación mental. El entrenamiento en el área de las emociones también fue importante para ayudarle a identificar sus diferentes estados de ánimo y aprender a gestionarlos adecuadamente.

En este momento solamente acude a alguna sesión de vez en cuando para reforzar algún aspecto de su práctica deportiva, cuando él lo necesita acude a nosotros.

Nos cuenta cómo valora el programa: «el trabajo que he realizado con África me ha servido para confiar más en mí. Realizo las acciones en el terreno de juego con más seguridad. Todo lo que hemos trabajado ha dado fruto en el campo, por lo que estoy muy contento con lo cosechado hasta ahora«.

Su valoración sobre la mejora del rendimiento que ha experimentado tras realizar el programa LINCE completo (20 sesiones, a una sesión por semana) es la siguiente:

  • Concentración: 40% de mejora
  • Auto-confianza: 60% de mejora
  • Capacidad para afrontar los partidos sin nervios por la presión: 40% de mejora
  • Estabilidad emocional: 30% de mejora
  • Resultados deportivos: 20% de mejora

Sabio es aquel que ha cometido muchos errores

«Los errores son inevitables. Lo que cuenta es cómo respondemos a ellos». Nikki Giovanni (1943- ) Poetisa estadounidense. 

Recuerdo que de niña sólo quería hacer cosas que “se me dieran bien”, no soportaba empezar algo en lo que estuviera equivocándome todo el tiempo, sentía tanta vergüenza que prefería no continuar con una actividad si no “me salía bien desde el principio”. En cada ocasión, además, recibía la confirmación de que hacía bien en dejarlo. Con muy buena intención me decían “no te preocupes, ya encontrarás otra cosa que se te dé bien”. Nadie me alientó a perseverar, a aceptar el error como parte del proceso de aprendizaje, a no vivir aquellos pequeños errores como un gran fracaso. Yo sentía en lo más profundo de mi ser que eran la demostración de que yo era torpe o inútil.

Hoy por hoy, sé que esta historia es más común de lo que debiera: ¿Cuántos os habéis sentido así en algún deporte? Y ¿en los estudios? y ¿en los trabajos manuales? Y ¿en cualquier manifestación artística? O ¿ante cualquier iniciativa que os plantearais?

La consecuencia directa de este tipo de educación, muy común en nuestro país, es que vivimos contenidos, inmóviles y asustadizos, que preferimos no emprender por miedo a fracasar, que tras una derrota en un partido, torneo o competición nos venimos abajo persiguiéndonos a nosotros mismos como si hubiéramos cometido un crimen, o no explotamos talentos que intuíamos tener por miedo a fracasar antes de empezar o porque no encajamos un bache en el camino, percibiéndolo como el gran fracaso de nuestras vidas…

¿Qué hacer para aceptar los errores? ¿Cómo podemos aceptar el fracaso en un proyecto, independientemente de si es creativo, deportivo, profesional o personal; sin caer en picado?

Uno de los deportistas* con los que he trabajado quería mejorar su marca. En la primera entrevista me contó que llevaba un año sin progresar, a pesar de que estaba dedicando más esfuerzos que nunca a su entrenamiento, y también llevaba un tiempo con una dieta nutricional específica.

A lo largo de la entrevista observé que tenía un nivel de autoexigencia muy elevado, aspecto de su personalidad que le había hecho progresar hasta ese momento, pero que ahora se estaba volviendo en su contra. Lo que le pasaba era que no toleraba el error, se exigía la perfección para aceptarse plenamente. Se valoraba solamente en función de sus éxitos y su autoestima estaba viéndose minada en el último año (el año de bloqueo).

Había entrado en un circuito cerrado de frustración – sobreexigencia –  fallos – frustración – bajada de autoestima…

Trabajé con él la aceptación de sus errores, que pudiera verlos como parte necesaria del aprendizaje, no como comprobaciones de su incapacidad, y trabajamos sobre su autoestima, aprendió a valorarse en función de sus cualidades personales, evitando poner su foco de atención solamente en los logros.

Le pedí que preguntara a personas de su entorno cercano (personal, profesional y deportivo) por sus cualidades personales positivas, y también que le señalaran sus cualidades negativas (esos defectillos de carácter que todos tenemos) ya que debía aceptar que no era perfecto y que aun así era alguien amado y valorado.

Este ejercicio le ayudó a tomar conciencia de quién era para los demás, más allá de sus logros deportivos. Uno de los aspectos que le señalaron como “defectillo de carácter” era su tendencia a enfadarse cada vez que se equivocaba, enfados que exteriorizaba y por tanto debían soportar sus compañeros. No le gustó ver esta realidad de sí mismo, por lo que estaba decidido a cambiarla.

Elaboramos una lista con las cualidades positivas en las que había habido consenso entre sus amigos y compañeros (tesón, motivación y entusiasmo fueron algunas), y acordamos que cada vez que cometiera un error:

1º) si sentía rabia o frustración, se diría a sí mismo “¡vaya! ¡no eres perfecto!” y se reiría pensándolo… eligió esta frase como comodín que le hacía reírse, y así salir de ese estado emocional negativo lo antes posible;

2º) se preguntaría “¿qué necesito aprender?”;

3º) repasaría mentalmente su lista de cualidades positivas para mantener su autoestima intacta;

4º) evaluaría objetivamente las causas del error y las soluciones que podía aplicar, aceptando pedir la opinión de terceros si lo necesitaba.

De esta forma, cometer un error pasó de ser la causa de su frustración y bloqueo a ser el motor del aprendizaje y de su progreso.

No hay recetas mágicas para esto, en mi experiencia personal he podido comprobar que es más bien un proceso de aprendizaje vital, un viaje hacia la sabiduría al que puedes engancharte si estás atento tras alguno de tus errores o fracasos ya que éstos son la fuente de nuestro crecimiento, si los sabemos aprovechar.

Para lograr cualquier cambio en nosotros, es importante aceptar nuestro lado vulnerable (manifestado en nuestros errores) y nuestro lado fuerte (manifestado en nuestros aciertos) como dos caras de la misma moneda (http://youtu.be/n7qGNExC1I4), ello nos obliga a:

  1. No creer que ya lo sabemos todo, pues no aceptaremos ninguna crítica.
  2. No juzgarnos como “buenos” o “malos” tras equivocarnos, puesto que entraremos en un estado emocional negativo que no sirve para nada.

*No especifico el nombre del deportista ni el deporte que practica para proteger su identidad.

Entrena tu cerebro para aumentar tu tolerancia al estrés

Tenía 11 años, estudiaba 6º de EGB, era la delegada de clase, entrenaba en el equipo de baloncesto entre semana y jugaba los fines de semana, además participaba en un grupo parroquial, también los fines de semana (cuando acaba el partido de baloncesto). Siempre me gustaba hacer todos mis deberes y trabajos de clase, además de ayudar en casa en las tareas que mi ocupada madre trabajadora me requería que, entre muchas cosas, incluía ayudarla a cuidar a mi  hermana pequeña.

En esa etapa sufría de insomnio y problemas digestivos, así que tuve que acudir al médico en busca de alguna solución. Lo que más me impresionó fue su diagnóstico: estrés. Mi madre, ante su preocupación, enseguida me insistió para que dejara alguna actividad. Recuerdo que en aquel momento  no quería dejar nada, yo sentía que, aunque mi cuerpo y mi mente no respondían como yo quería, tenía que seguir manteniendo mi ritmo.”

El término “stress” significa tensión y es una respuesta fisiológica natural destinada a la protección y supervivencia. Aparece frente a situaciones percibidas como amenazantes o de demanda incrementada. En dosis adecuadas nos mantiene activos, en estado de alerta productiva, sin ocasionarnos ningún problema ni físico ni psíquico, pero en dosis elevadas, deteriora nuestras  capacidades mentales (memoria, atención, concentración) y nuestro equilibrio emocional (tendencia a la irritabilidad, a la tristeza y la negatividad) a demás de desestabilizar el funcionamiento de nuestro organismo (puede producir insomnio, cefaleas, agotamiento y problemas digestivos).

Cada uno de nosotros tiene una determinada tolerancia al estrés, ya que no todos percibimos de igual forma las situaciones que vivimos y tampoco respondemos de la misma manera ante éstas. Ahora bien ¿podemos aumentar nuestra tolerancia al estrés sin recurrir a fármacos? o ¿estamos obligados a cambiar nuestro estilo de vida?

A lo largo de toda mi vida y ya voy casi hacia la cuarentena, he observado de cerca  las personas que son capaces de asumir elevadas responsabilidades, enfrentar grandes retos y tener habitualmente varios frentes abiertos. Siempre me gustó observarlas con gran admiración mientras me preguntaba: ¿cómo pueden hacerlo sin enfermarse? ¿Será que esas personas tienen un elevado umbral de tolerancia al estrés?

Siendo como soy, una persona activa e inquieta, he llegado al límite de mi umbral de tolerancia al estrés hasta el punto de generar somatizaciones internas. Este hecho me ha llevado a estudiar y practicar diferentes métodos y enseñanzas (meditación, visualizaciones, ejercicios para trabajar la atención consciente, inteligencia emocional, coaching…) encaminadas a tener mayor capacidad para afrontar retos. Todas ellas me ayudaron sí, ahora bien,  ¿cuándo y cómo he aumentado mi tolerancia al estrés realmente?

Primero, descubrí en un libro de psicología deportiva un método llamado Neurofeedback. Este método sirve para detectar los inicios del estrés a través de unos sensores conectados a nuestro cuerpo y a un software informático. El objetivo de este método es entrenarse para detectar y gestionar el estrés en esos primeros instantes, transfiriendo después este aprendizaje a las situaciones de la vida diaria.

Seguidamente me puse a la búsqueda de alguien que aplicara este método sin que fuese necesario ser deportista profesional, y para mi sorpresa encontré el método de Neurofeedback–EEG, cuya diferencia con el anterior estriba en que los sensores son electrodos que se sitúan en ambos hemisferios cerebrales (orejas y cuero cabelludo) para recibir la señal eléctrica que producen nuestras conexiones neuronales mediante un electroencefalograma (EEG) el cual mide continuamente estas señales y envía la información a un software informático, que a su vez, está conectado a la música del ordenador activándola y desactivándola.

¿Qué es lo que hace este sistema de Neurofeedback? Primero detecta cuáles son los parámetros de la actividad eléctrica encefálica óptimos para la persona, esto significa que mide cuáles son las frecuencias a la que funciona su cerebro cuando da su máximo rendimiento.

En base a esos parámetros, cada vez que detecta que el cerebro está funcionando fuera de ellos (se lo indica el electroencefalograma que está continuamente midiendo su actividad eléctrica encefálica) el programa interrumpe la música, y éste es el feedback que recibe el cerebro, indicándole que algo no funciona bien.

El cerebro sigue la ley natural de la continuidad, esto es, quiere que la música siga sonando, por ello rápidamente se reorganiza, corrigiendo las conexiones neuronales de forma que entren dentro de los parámetros que estableció como óptimos al inicio, reanudando así la música.

La suma de estas correcciones logran que el cerebro aprenda a funcionar en un estado óptimo estable, y la  primera consecuencia positiva de este entrenamiento o aprendizaje cerebral (no-consciente y sin esfuerzo) es la reducción o eliminación de los síntomas de estrés. Además se mejora la capacidad de concentración, memoria y atención, así como también aumenta la capacidad de auto-regulación emocional.

Con este descubrimiento encontré la respuesta a mi pregunta inicial: efectivamente podemos aumentar nuestra tolerancia al estrés sin recurrir a fármacos y ya no estamos obligados a cambiar de estilo de vida para no sufrir de estrés.

El toque mental que faltaba

Nada más levantarme abrí la ventana y miré al cielo, estaba completamente despejado, entraba fresco, ¡bienvenido otoño! Dije para mí. Preparé el desayuno a la vez que pensaba en el día que tenía por delante, iba a escalar cerca de Madrid. Una sonrisa se dibujaba rápidamente en mi cara, llevaba dos años escalando, y me sentía feliz de haber descubierto la escalada. Casi de inmediato sentí un nudo en la boca del estómago y me quedé quieta, reflexiva… “¿cómo se me dará hoy?, no consigo relajarme escalando, el miedo me acompaña todo el tiempo y no disfruto las vías. Casi voy porque me gusta el campo, mis amigos, y… bueno, también me gustan los retos.

Ahora recuerdo el otoño pasado, en esa época, estaba deseando hacer algo diferente, quizás un cambio vocacional, y lo inicié pero me había parado a medio camino. El miedo se había hecho fuerte en mí,  la prudencia y el inmovilismo estaban al acecho mientras las dudas y contradicciones bañaban todo mi ser. Sabía que tenía un buen trabajo, bien pagado, acorde a lo que había estudiado…, esto me hacía  sentir bien aunque había otra parte dentro de mí que no se sentía del todo conforme. Mi espíritu emprendedor tenía sueños que quería cumplir, pero el miedo me frenaba a lanzarme al vacío, como el que a veces siento escalando las vías que he elegido.

Así es como la inspiración y la fuerza de mi escaladora interna me abrieron nuevas formas de ver la vida cuando inicié el proceso de crear dos maravillosos proyectos a la vez, por fin, como free-lance.

Ahora estoy dispuesta a darlo todo y a no vacilar, en medio de la nada y al tacto de la roca, sé como escaladora que siempre debo seguir adelante, y es como una fuerza que llega sin esperarla, un toque especial que lo transforma todo: mis miedos al fracaso y al rechazo, la falta de confianza en mí,  mis dudas permanentes y mi forma de escalar…

Hoy, me levanto, abro la ventana para dejar entrar el aire fresco y sonrío al ver que hace buen tiempo. Agradezco en mi interior esta nueva oportunidad para salir al monte a escalar. Cierro un momento los ojos, y me imagino escalando, veo mis movimientos armoniosos, mi cara relajada, escalo con fluidez, concentrada en cada paso, mirando siempre hacia arriba. Abro los ojos, inspiro profundamente y voy a preparar la mochila. Mientras lo hago recuerdo que el último día estuve escalando una vía deportiva que todavía no tengo encadenada. Es preciosa, así que quiero volver a hacerla, recuerdo los vuelos del último día y sonrío, estoy feliz porque lo di todo. Y ahora, pensando en el otoño pasado, me digo ¡bravo! Ya tengo ¡el toque mental que me faltaba! Tengo esa fuerza especial que salió de mí sin esperarla tras haber reprogramado mi mente ¡gracias LINCE!